Dejar de fumar sin engordar (2ª parte)
¿Por qué se engorda al dejar de fumar?
Principalmente se engorda por ansiedad. El consumo de tabaco no es un hábito o un vicio, como creen algunos, el tabaquismo es una adicción. Por ello, cuando se suprime el aporte de esta droga, el organismo acostumbrado a ella, reacciona y se rebela porque le falta la dosis. Así aparecen la ansiedad, el nerviosismo, la irritabilidad... y una de las formas de calmar estas sensaciones desagradables es a través de la comida que es un ansiolítico natural. Comiendo se calma momentáneamente esa ansiedad, pero si se siguen manteniendo estas conductas, al final se logra una ganancia de peso que puede llegar a ser importante y, lo que es peor, el fumador se siente frustrado, con muy baja autoestima y vuelve a fumar, pensando que así recuperará el peso de antes. La paradoja es que el tabaco no adelgaza y después del intento se puede encontrar con bastantes kilos encima y además fumando igual que antes.
Otra de las causas que pueden producir el aumento de peso al dejar de fumar es la eliminación del alquitrán. El fumador, sobre todo el de tabaco negro, tiene tapizada la boca, la nariz y la garganta por una capa de alquitrán. Al dejar de fumar, estas estructuras se van limpiando poco a poco y así se pueden saborear y oler mejor los alimentos. Todo está más bueno y más apetitoso, con lo cual se puede llegar a comer más.
Finalmente, la nicotina aumenta el metabolismo. Es decir, el fumador habitual consume más energía al respirar, mantener la temperatura corporal, hacer la digestión, etc. que el no fumador. Por ello, si se abandona el tabaco de forma brusca, aunque se siga comiendo igual que antes, hay una tendencia a ganar algo de peso. No obstante, al cabo de un tiempo, el peso se reequilibra, siempre que, claro está, no comamos más de la cuenta. De todas formas, si comparásemos el daño que para la salud supone fumar, equivaldría a un exceso de peso de unos 40 kilos.
Superar “el mono”
Son muy pocos los que consiguen dejar de fumar sin una estrategia prefijada y una terapia de ayuda, la gran mayoría necesita un plan de apoyo.
Dejarlo “por narices” es un error. Al final resulta que te has peleado con todos y encima has recaído. Está claro que el tabaco es una droga, y para desintoxicarse y deshabituarse de cualquier droga hay que hacer un tratamiento: tomar unos fármacos, seguir una terapia... Este tratamiento no va a ser para siempre, es sólo temporal, durante unas semanas, hasta lograr controlar el síndrome de abstinencia, lo que se conoce popularmente como “el mono”. Las dosis se irán reduciendo paulatinamente y, al final, se consiguen mejores resultados y el índice de abandono definitivo del tabaquismo es más alto.
Fumar no es un mal hábito que se abandona con fuerza de voluntad. Fumar es una adicción que necesita un tratamiento para poder abandonarla con éxito. La supresión brusca de la nicotina genera un síndrome de abstinencia que puede durar dos o tres meses.
Los síntomas más comunes que suelen presentarse al dejar de fumar son: irritabilidad, ansiedad, apetito compulsivo, insomnio, dolor de cabeza, depresión leve, cansancio y, sobre todo, deseo incontrolado de fumar. Estos síntomas son muy fuertes los primeros días y luego, poco a poco van disminuyendo.
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